"Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch. 5,29).
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Por "respeto humano", Poncio Pilato se lavó las manos |
El respeto humano es un arma potente en manos del demonio. El santo Cura de Ars advertía: "¿Sabéis cuál es la primera tentación que el demonio presenta a una persona que ha comenzado a servir mejor a Dios? Es el respeto humano ¡Oh, maldito respeto humano, qué de almas arrastra al infierno!".
La cultura dominante evita cada vez más definir. Si al mal que me aqueja no puedo nombrarlo, ¿cómo podré curarlo? La definición permite un diagnóstico apropiado para poder combatir una enfermedad, en este caso una enfermedad espiritual. Este espíritu del mal que penetra la cultura imperante y favorece la "confusión" es el demonio.
El texto del libro de los Hechos de los Apóstoles en 5, 29, detalla perfectamente a que nos referimos cuando aludimos al "respeto humano". Es la desobediencia a las mociones de Dios, para adecuarnos obedientemente a los sentires, pesares y deseos de los hombres, impulsándonos a complacer más a los hombres que a Dios.
El respeto humano supone un exceso de preocupación por el juicio de los demás sobre nosotros, nuestras decisiones y opciones, tenemos la necesidad de ser reconocidos y admirados por lo que hacemos o decimos. O la incapacidad, de la que hacemos gala, para asumir nuestras decisiones delante de los demás. El demonio utiliza estos miedos para obstaculizar y en muchos casos paralizar cualquier movimiento hacia Dios.
El respeto humano es negativo para la vida espiritual, y debe ser reconocido y enfrentado con valentía, implorando al Señor en la oración que nos permita descubrir las artimañas del enemigo de la naturaleza humana. Su aparición en la vida espiritual esta destinada a favorecer la tibieza. El hombre que ha sido atraído hacia las cumbres de la santidad, llamado por el Señor a vivir quijotescamente su existencia, ahora comienza a ocultar estos impulsos guardándolos en su corazón, debido al efecto que provocará esta decisión en los demás. Sórdidamente el demonio entabla la batalla en el corazón del hombre, cargándolo con el peso que supone, que su decisión puede entristecer, herir o producir un distanciamiento afectivo. El combate se libra en el pensamiento, apareciendo un sin número de argumentaciones, que llaman "los maestros de la vida espiritual", las falsas razones.
Enseña S. Ignacio, en las reglas de discernimiento de espíritus:
"En las persona que van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo, es el contrario modo que en la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder, tristar (entristecer) y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante" .
El demonio trabaja por lo general en el ámbito de los afectos, y nos susurra sobre la impresión que causará en nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo la decisión que hemos tomado. Nos invita sutilmente, en caso que debamos nosotros comunicar la noticia, a hacerlo difusamente, ocultando las verdaderas motivaciones.
El hijo que ha "recibido" el llamado a la vida religiosa, y se pregunta por la reacción de sus amigos, padres, etc. El joven que ha comenzado a frecuentar la parroquia y la celebración dominical siente el peso de confesar valientemente el camino emprendido.
San Agustín, en las Confesiones, nos refiere la lucha que sostiene Victorino. "Temía Victorino disgustar a sus amigos fanáticos idólatras, que eran muy poderosos por hallarse constituidos en la cumbre de las mayores dignidades civiles y religiosas, y juzgaba que sus odios y enemistades, por proceder de personas tan principales y altas, habían de caer sobre él con tanto mayor ímpetu y fuerza, cuanto era mayor la influencia y poder de aquellas eminencias babilónicas y de aquellos elevados cedros del Líbano, que aún el Señor no había derribado y deshecho. Pero después que con el estudio continuado y fervorosa oración adquirió más fortaleza y convencimiento de la fe, temía no se verificase en él, el dicho del Salvador de que no le había de reconocer por suyo en presencia de los santos ángeles, si él temía confesar a Cristo delante de los hombres, le pareció que se hacía reo de un delito muy grave en avergonzarse de recibir los sacramentos, que vuestro Verbo humillado había instituido, no habiéndose avergonzado de cooperar a los sacrificios sacrílegos y cultos inventados por la soberbia de los demonios, a quienes él, soberbio también, había imitado recibiendo las sacrílegas órdenes con que se dedicaban lo hombres y destinaban al culto y servicio de los ídolos. Un día, pues, despreciando el respeto humano que hacía perseverar en la vanidad y mentira, y avergonzándose de no seguir la verdad, repentinamente se resolvió, y, sin más pensar en ello, dijo a Simpliciano, según este mismo contaba: Ea vamos a la Iglesia, que quiero hacerme cristiano" (Confesiones; L.VIII C.II).
El Santo Padre exhortaba a vencer el respeto humano diciendo:
"¡Sentios orgullosos de ser cristianos! ¡Demostradlo siempre con la palabra, con el comportamiento, en el ambiente del trabajo, en la familia, en la profesión, sin respeto humano alguno".
El respeto humano promueve un silenciamiento de la vida cristiana vivida como testimonio, reduciendo el espacio evangelizador a nuestra parroquia, familia, etc. En la sociedad actual se puede hablar de todos menos de Cristo, se puede justificarlo casi todo (homosexualidad, lesbianismo) excepto los mandamientos
El Respeto humano en un texto bíblico
Este texto bíblico tomado del Evangelio según San Mateo nos ayudará a reflexionar sobre el respeto humano:
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¡Cuántos pecados se cometen por los "respetos humanos"! |
"Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías le guardaba rencor, y quería hacerlo morir, y no podía. Porque Herodes tenía respeto por Juan, sabiendo que era un varón justo y santo, y lo amparaba: al oírlo se quedaba muy perplejo y sin embargo lo escuchaba con gusto. Llegó, empero, una ocasión favorable, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un festín a sus grandes, a los oficiales, y a los personajes de Galilea. Entró (en esta ocasión) la hija de Herodías y se congració por sus danzas con Herodes y los convidados. Dijo, entonces, el rey a la muchacha. "Pídeme lo que quieras, yo te lo daré". Y le juró: "Todo lo que me pidas, te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino". Ella salió y preguntó a su madre: "¿Qué he de pedir?" Ésta dijo: "La cabeza de Juan el Bautista". Y entrando luego a prisa ante el rey, le hizo su petición: "Quiero que al instante me des sobre un plato la cabeza de Juan el Bautista". Se afligió mucho el rey; pero en atención a su juramento[1] y a los convidados, no quiso rechazarla".
El Bautista era un hombre de Dios, meditaba la ley de Señor día y noche en su interior; conociendo la situación en que se encontraba Herodes, y las devastadoras consecuencias que el pecado traerá, no solamente para él, sino también para el pueblo, le advierte que vive ilícitamente fuera de la ley de Dios. "No te es lícito"… que para nada significa no puedes, sino "no debes", o mejor dicho, puedes usando tu libertad obrar el bien y aborrecer el mal. Herodías ante la palabra del Bautista arde interiormente; el rencor es un fuego que consume el alma, alimentando un resentimiento tenaz que desea se consume la muerte del Bautista. El rencor oscurece la inteligencia, quita la paz e instala en el corazón la violencia.
Herodes respeta al Bautista; las cualidades que destaca de esta personalidad emblemática de la Escritura son las que caracterizan a un hombre de Dios: es "varón justo y santo". Las palabras del Bautista, agudas como una espada de dos filos, le producen la perplejidad de la Verdad. En estas vidas enfangadas por el pecado, la palabra de Dios por medio de Juan abre la herida con la intención de sanar para reconciliar. De esta verdad en la Iglesia dan testimonio los santos.
El demonio espera para tentarnos una ocasión favorable, mediado por el debilitamiento espiritual, que se expresa, en la pereza de cumplir con los deberes religiosos, en una cierta aridez en la oración, o en el enfriamiento de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad).
En la Sagrada Escritura, nos cuenta San Lucas, luego de tentar a Jesús en el desierto se retiró buscando un momento oportuno. El clima festivo del cumpleaños de Herodes, rodeado de hombres y mujeres que lo reconocen y admiran, parece el lugar apropiado para vencer el respeto que tiene al hombre de Dios, en aras de conservar el respeto humano.
Herodes tiene el corazón empecatado y el respeto humano es la soga que le impide volar. Es un hombre disoluto que expresa toda su vaciedad ofreciéndole a la hija de Herodías lo que quiera, "todo lo que me pidas"…, una danza insinuante, unos amigos y una fiesta son la ocasión favorable para decidir la violenta muerte del precursor del Mesías. Precisamente una vida tan vacía responde injustamente, dando rienda suelta al rencor que promueve la ceguera de Herodías.
Finalmente, Herodes ejecuta el pedido de muerte para el Bautista, con una aflicción que se inclina ante el juicio de los hombres y se pasea indiferentemente ante el juicio de Dios.
Dice el Aquinate comentando el Credo en el artículo 1: "Asimismo, todos aquellos que obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas que no deben obedecer, lo constituyen dioses suyos. Hechos 5, 29: "Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres".
Por su parte, San Ignacio de Antoquia señala: "Lo único que para mí habéis de pedir es fuerza interior y exterior, a fin de que no sólo de palabra, sino también de voluntad me llame cristiano y me muestre como tal..."[2].
Autor: Jorge Novoa
[1] Ningún juramento obliga a cometer un pecado, en tal caso el juramento es inválido.
[2] San Ignacio de Antioquia, De la Carta a los Romanos, 5-6.
Fuente: Fe y razón-Biblia
¡Señor, líbrame de pecar por inclinarme ante los hombres, líbrame de la cobardía de los "respetos humanos"!
Señor, que siempre te ame sobre todos y no me avergüence nunca de ti, para que Tú no te averguences de mí ante tu Padre.
¡Oh, maldito "respeto humano", qué de almas arrastra al infierno!
Señor, que mis palabras, mi vestimenta y mis actos sean siempre un testimonio de mi fe en cualquier parte.