Profissão de Fé do Blog.
Profissão de Fé do Blog
"Creio em um só Deus, Pai onipotente, Criador do céu e da terra, de todas as coisas visíveis e invisíveis. E em um só Senhor, Jesus Cristo, Filho Unigênito de Deus, nascido do Pai, antes de todos os séculos. Deus de Deus, Luz de Luz, Deus verdadeiro de Deus verdadeiro. Gerado, mas não feito, consubstancial ao Pai, pelo qual foram feitas todas as coisas. Ele, por causa de nós, homens, e nossa salvação, desceu dos céus. E se incarnou por obra do Espírito Santo, da Virgem Maria. E se fez homem. Foi também crucificado por nós; sob Pôncio Pilatos, padeceu e foi sepultado. E ressuscitou ao terceiro dia, segundo as Escrituras. Subiu ao céu, está sentado à direita do Pai, de onde há de vir segunda vez, com glória, a julgar os vivos e os mortos; e seu reino não terá fim. Creio no Espírito Santo, que é Senhor e Fonte da Vida e que procede do Pai e do Filho. Com o Pai e o Filho é juntamente adorado e glorificado, e é o que falou pelos Profetas. Também a Igreja, una, santa, católica e apostólica. Confesso um Batismo para remissão dos pecados. E espero a ressurreição dos mortos, e a vida do século futuro."
Amém.
sábado, 28 de setembro de 2013
segunda-feira, 23 de setembro de 2013
Uma visão do purgatório.
EL PURGATORIO EN LAS VISIONES DE SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZIS ( II )
Un momento después de su agitación aumentó, y pronunció una dolorosa exclamación. Era el calabozo de las mentiras el que se abría ante ella. Después de haberlo considerado atentamente, dijo, “Los mentirosos están confinados a este lugar de vecindad del Infierno, y sus sufrimientos son excesivamente grandes. Plomo fundido es vertido en sus bocas, los veo quemarse, y al mismo tiempo, temblar de frío”.
Luego fue a la prisión de aquellas almas que habían pecado por debilidad, y se le oyó decir: “Había pensado encontrarlas entre aquellas que pecaron por ignorancia, pero estaba equivocada: ustedes se queman en un fuego mas intenso”.
Mas adelante, ella percibió almas que habían estado demasiado apegadas a los bienes de este mundo, y habían pecado de avaricia.
“Que ceguera”, dijo,” ¡las de aquellos que buscan ansiosamente la fortuna perecedera! Aquellos cuyas antiguas riquezas no podían saciarlos suficientemente, están ahora atracados en los tormentos. Son derretidos como un metal en un horno”.
De allí pasó a un lugar donde las almas prisioneras eran las que se habían manchado de impureza. Ella las vio en tan sucio y pestilente calabozo, que la visión le produjo náuseas. Se volvió rápidamente para no ver tan horrible espectáculo.
Viendo a los ambiciosos y a los orgullosos, dijo “Contemplo a aquellos que deseaban brillar ante los hombres; ahora están condenados a vivir en esta espantosa oscuridad”.
Entonces le fueron mostradas las almas que tenían la culpa de ingratitud hacia Dios. Estas eran presas de innombrables tormentos y se encontraban ahogadas en un lago de plomo fundido, por haber secado con su ingratitud la fuente de la piedad.
Finalmente, en el último calabozo, ella vio aquellos que no se habían dado a un vicio en particular, sino que, por falta de vigilancia apropiada sobre si mismos, habían cometido faltas triviales. Allí observó que estas almas tenían que compartir el castigo de todos los vicios, en un grado moderado, porque esas faltas cometidas solo alguna vez las hacen menos culpables que aquellas que se cometen por hábito.
Después de esta última estación, la santa dejó el jardín, rogando a Dios nunca tener que volver a presenciar tan horrible espectáculo: ella sentía que no tendría fuerza para soportarlo.
Su éxtasis continuó un poco mas y conversando con Jesús, se le oyó decir: “Dime, Señor, el porqué de tu designio de descubrirme esas terribles prisiones, de las cuales sabía tan poco y comprendía aun menos…” ¡Ah! ahora entiendo; deseaste darme el conocimiento de Tu infinita Santidad, para hacerme detestar mas y mas la menor mancha de pecado, que es tan abominable ante tus ojos”.
Publicado por Juan Diego Ortega en lunes, septiembre 23, 2013
Nossa Senhora das Mercês.
NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED, VIRGEN DE MISERICORDIA
El Padre Gaver, en el 1400, relata como Nuestra Señora se aparece a San Pedro Nolasco en el año 1218 y le revela su deseo de ser Liberadora a través de una orden dedicada a socorrer a los cristianos cautivos en tierras infieles.
Ante la visión de la Virgen Santísima, San Pedro Nolasco, confundido por tal gracia, le pregunta:
¿Quién eres tú, que a mí, un indigno siervo, pides que realice obra tan difícil, de tan gran caridad, que es grata Dios y meritoria para mi?
Nuestra Señora le responde:
Yo soy María, aquella en cuyo vientre asumió la carne el Hijo de Dios, tomándola de mi sangre purísima, para reconciliación del género humano. Soy aquella a la que dijo Simeón. cuando ofrecí mi Hijo en el templo: "Mira que éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel; ha sido puesto como signo de contradicción: y a ti misma una espada vendrá a atravesarte por el alma".
¡Oh Virgen María - prosiguió el Santo- Madre de Gracia, Madre de Misericordia! ¿Quién podrá creer (que tú me mandas)?
No dudes en nada, -sentenció Nuestra Señora- porque es voluntad de Dios que se funde una orden de ese tipo en honor mío; será una orden cuyos hermanos y profesos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos en Israel (es decir, entre los cristianos) y serán signo de contradicción para muchos."
Para llevar a cabo esta misión, el 10 de agosto de 1218, San Pedro Nolasco fundó en Barcelona la Orden de la Virgen María de la Merced de la redención de los cautivos, con la participación del Rey Jaime de Aragón y ante el Obispo de la ciudad, Berenguer de Palou.
Por la confirmación del Papa Gregorio IX aprobó la Orden el 17 de enero de 1235; la ratificó en la práctica de la Regla de San Agustín; le dio carácter universal incorporándola plenamente a su vida y sancionó su obra como misión en el pueblo de Dios.”
Publicado por Juan Diego Ortega en martes, septiembre 24, 2013
Atualidade da bula "Quanta Cura".
DE LA AUTORIDAD DEL “SYLLABUS” – HENRI HELLO
Ningún católico puede poner en duda que obliga en conciencia sub gravi, al menos en virtud de la autoridad doctrinal expuesta en el parágrafo precedente (III. Nº 3, pp. 121-122). Véase también: Constit. Dei Filius, p. 129 de esta obra.
Además, creemos formalmente, con el cardenal Mazzella, en su Curso en el Colegio romano, y otros eminentes teólogos1, que las proposiciones condenadas en el Syllabus, aun cuando no sean todas herejías, están sin embargo todas condenadas ex cathedra en virtud de la infalibilidad pontificia ejerciéndose al menos sobre su objeto indirecto (cfr. pp. 117 ss.).
En efecto, todas las proposiciones del SYLLABUS están extraídas de las Encíclicas, de las Alocuciones y de las diversas Cartas Apostólicas, en las cuales Pío IX, hablando como Doctor infalible, había condenado los principales errores de nuestro tiempo. Antes de ser reunidas en el SYLLABUS, estaban ya condenadas ex cathedra.
Lo que afirmamos surge claramente del texto mismo de la Encíclica Quanta Cura de Pío IX, de dos textos formales de León XIII, en la Encíclica Immortale Dei y en la Encíclica Inscrutabili, y finalmente, de la Constitución Dei Filius, del Concilio Vaticano.
a) DEL TEXTO MISMO DE LA ENCÍCLICA QUANTA CURA:
“En vista de la horrible tempestad levantada por tantas doctrinas perversas, y de los males inmensos y sumamente deplorables atraídos sobre el pueblo cristiano por tantos errores, Nos ya hemos elevado la voz según el deber de Nuestro ministerio Apostólico y los ilustres ejemplos de Nuestros predecesores, y, en un gran número de Encíclicas dirigidas a los fieles, Alocuciones pronunciadas en Consistorio y otras Cartas Apostólicas, Nos hemos condenado los principales errores de nuestra tan triste época, excitado vuestra eximia vigilancia episcopal y advertido y exhortado con instancia a todos Nuestros muy amados hijos de la Iglesia católica, a tener horror y a evitar el contagio de esta peste cruel. Y en particular en nuestra primera Encíclica del 9 de noviembre de 1846, a vosotros dirigida, y en nuestras dos Alocuciones en Consistorio, la primera del 9 de diciembre de 1854, y la otra del 9 de junio de 1862, Nos condenamos los monstruosos portentos de opiniones que predominan, sobre todo hoy en día, para gran desgracia de las almas y en detrimento de la sociedad civil misma, y que, fuentes de casi todos los demás errores, no son solamente la ruina de la Iglesia católica, de su salutífera doctrina y de sus derechos sagrados, sino también de la eterna ley natural grabada por Dios mismo en todos los corazones, y de la recta razón”.
Estas palabras de Pío IX prueban su voluntad de definir. Es pues como Doctor infalible que ha condenado “los principales errores de nuestra tan triste época”. Va ahora a condenar, al mismo título, “otras opiniones provenientes de los mismos errores”; y las enumera en la Encíclica QUANTA CURA:
“No obstante, aun cuando Nos no hayamos descuidado el condenar y reprimir a menudo esos errores, el interés de la Iglesia católica, la salvación de las almas divinamente confiada a Nuestra solicitud, finalmente, el bien mismo de la sociedad humana piden imperiosamente que excitemos de nuevo vuestra pastoral solicitud para condenar otras falsas opiniones nacidas de los mismos errores como de su fuente. Estas falsas y perversas opiniones deben ser tanto más detestadas cuanto su objetivo principal es impedir y suprimir ese saludable poder que la Iglesia católica, por institución y mandato de su divino Fundador, debe ejercer libremente hasta la consumación de los siglos, no menos sobre los particulares que sobre las naciones, los pueblos y sus soberanos y por cuanto asimismo tienden a que desaparezca aquella mutua alianza y concordia del Sacerdocio y del Imperio, que ha sido siempre fausta y saludable para la Iglesia y el Estado”.
Todas las condiciones requeridas para el ejercicio de la infalibilidad se encuentran reunidas, y el Papa no hace ninguna diferencia entre la condenación solemne de los errores de nuestra época, precedentemente condenados en las Encíclicas, Alocuciones y otras Cartas Apostólicas, y la condenación, en la Encíclica Quanta Cura, de otras opiniones nacidas de los mismos errores.
Después de haber enumerado esas “otras opiniones nacidas de los mismos errores” Pío IX agrega:
“Por tanto en medio de tan gran perversión de opiniones depravadas, Nos, penetrados del deber de Nuestro cargo apostólico, y llenos de solicitud por Nuestra santa religión, por la sana doctrina, por la salvación de las almas que se nos ha confiado de lo alto y por el bien mismo de la sociedad humana, hemos creído nuestro deber levantar de nuevo nuestra voz apostólica.
Por consiguiente, por nuestra autoridad apostólica reprobamos, proscribimos, y condenamos, y queremos y ordenamos que todos los hijos de la Iglesia católica tengan por absolutamente reprobadas, proscritas y condenadas, todas y cada una de las perversas opiniones y doctrinas señaladas en detalle en la presente encíclica”.
Así pues los errores condenados por la Encíclica Quanta Cura lo son ex cathedra. Y Pío IX declara que no hace sino continuar lo que ha comenzado condenando otros errores que son la fuente de éstos. Por lo tanto, en el pensamiento de Pío IX, no existe diferencia entre la condenación contenida en la encíclica Quanta Cura y las precedentes que se hallan todas resumidas en el SYLLABUS: son todas ex cathedra.
b) Escuchemos ahora a León XIII, hablando a su vez, en dos encíclicas, de los mismos errores.
En la Encíclica IMMORTALE DEI:
“Pío IX, cada vez que se presentó la ocasión, condenó las opiniones falsas más en boga, y luego hizo hacer con ellas un catálogo, a fin de que, en medio de tal diluvio de errores, los católicos tuvieran una dirección segura
En la Encíclica INSCRUTABILI:
“Los Pontífices romanos, nuestros predecesores, y en particular Pío IX, de santa memoria, sobre todo en el Concilio Vaticano, teniendo sin cesar ante sus ojos las palabras de San Pablo: «velad para que nadie os engañe por medio de la filosofía o de una vana falacia que sería según la tradición de los hombres o según los elementos del mundo y no según Cristo», no descuidaron, tantas veces como fue necesario, refutar los errores que hacían irrupción y condenarlos con la censura apostólica. Nos también, siguiendo las huellas de nuestros predecesores, confirmamos y renovamos todas esas condenaciones, desde lo alto de esta Sede Apostólica de verdad”.
Así pues, todas las condenaciones de Pío IX contra los errores modernos son renovadas por su sucesor en virtud de la infalibilidad pontificia.
c) Finalmente, la Constitución DEI FILIUS, del Concilio Vaticano, habla en estos términos, en nombre de su autoridad infalible:
“Es por ello que, cumpliendo la tarea de nuestro supremo cargo pastoral, conjuramos por las entrañas de Jesucristo y por la autoridad de ese mismo Dios, nuestro Salvador, ordenamos a todos los fieles de Cristo, y sobre todo a quienes están a su cabeza, o que están encargados de la misión de enseñar, que dediquen todo su celo y todos sus desvelos para apartar y eliminar esos errores de la Santa Iglesia y propagar la purísima luz de la fe.
“Pero porque no basta evitar el pecado de herejía, si no se huye también diligentemente de los errores que a él se le aproximan más o menos, Nos advertimos a todos los cristianos que tienen el deber de observar también las constituciones y los decretos por los cuales la Santa Sede ha proscrito y condenado tales perversas opiniones, que no están enumeradas aquí expresamente”.
Ahora bien, el Concilio Vaticano se ha opuesto precisamente a los errores modernos. Ha emitido definiciones de fe contra los errores fundamentales de donde brotan todos los del SYLLABUS. El Concilio tiene ciertamente en vista, en ese pasaje, a las “opiniones perversas” condenadas en las Encíclicas, Alocuciones y Cartas Apostólicas de donde el Syllabus mismo ha sido extraído.
Etiquetas: El Magisterio de la Iglesia, León XIII, Pío IX
domingo, 15 de setembro de 2013
Purgatório:dogma de fé.
REQUIEM AETERNAM DONA EIS, DOMINE;
ET LUX PERPETUA LUCEAT EIS.
REQUIESCANT IN PACE. AMEN
Existência do Purgatório
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O Concílio de Florença reafirmava o que dois outros Concílios antes dele haviam dito: os Concílios Ecumênicos de Lião I[1] e II[2], em 1245 e 1274, respectivamente. O mesmo foi reafirmado, depois, pelo Concílio de Trento[3] (de 1545 a 1563)[4].
“Aqueles que morrem na graça e na amizade de Deus, mas não são perfeitamente purificados, embora estejam certos de sua salvação, são, contudo, submetidos, após a morte, a uma purificação, com o fim de obter a santidade necessária para entrar na alegria do Céu” (C.I.C. 1.030).
“Em seguida, fez uma coleta, enviando a Jerusalém cerca de dez mil dracmas, para que se oferecesse um sacrifício pelos pecados: belo e santo modo de agir, decorrente de sua crença na ressurreição, porque, se ele não julgasse que os mortos ressuscitariam, teria sido vão e supérfluo rezar por eles. Mas, se ele acreditava que uma bela recompensa aguarda os que morrem piedosamente, era esse um bom e religioso pensamento; eis por que ele pediu um sacrifício expiatório para que os mortos fossem livres de suas faltas” (II Macabeus, 12,38-46).
S. Pedro Damião, em uma visão, contempla a Virgem que caminha entre as Almas do Purgatório para consolá-las e levá-las ao Céu[5].
A Virgem revelou a S. Brígida: “Eu sou a Mãe de todas as almas do Purgatório; pois por minhas orações lhes são constantemente mitigadas as penas que mereceram pelos pecados cometidos durante a vida”[6]. Digna-se até essa Mãe piedosa entrar naquela santa prisão para visitar e consolar suas filhas aflitas. “Penetrei no fundo do abismo” – (Ecli. 21,8), isto é, do Purgatório, como explica S. Boaventura – “para consolar com minha presença essas santas almas”. “Ó! Como é boa e clemente a Santíssima Virgem”, exclama S. Vicente Ferrer, “para as almas do Purgatório, que por sua intercessão recebem contínuo conforto e refrigério”! E que outra consolação lhes resta em suas penas, senão Maria e o socorro dessa Mãe de misericórdia? Ouviu Sta. Brígida dizer Jesus Cristo à sua Mãe: “És minha Mãe, és a Mãe de misericórdia, és o consolo dos que sofrem no Purgatório”. A mesma Santa revelou à Santíssima Virgem: “Um pobre doente, aflito e desamparado numa cama, alenta-se ao ouvir palavras de consolo e conforto. Assim também as almas do Purgatório enchem-se de alegria, só em ouvir pronunciar o nome de Maria. O nome só de Maria, nome de esperança e de salvação, que continuamente invocam naquele cárcere, lhes dá um grande conforto. Apenas a amorosa Mãe as ouve invoca-la, logo faz coro com as suas preces. Ajuda-as o Senhor então, refrigerando-as com um celeste orvalho nos grandes ardores que padecem”.
Jesus adverte que a Justiça de Deus é infinita e não “quebra galhos”; tudo deve ser pago ou na Terra ou no Purgatório: “Se estás, portanto, para fazer a tua oferta diante do altar e te lembrares de que teu irmão tem alguma coisa contra ti, deixa lá a tua oferta diante do altar e vai primeiro reconciliar-te com teu irmão; só então vem fazer a tua oferta. Entra em acordo sem demora com o teu adversário, enquanto estás em caminho com ele, para que não suceda que te entregue ao juiz, e o juiz te entregue ao seu ministro e tu sejas posto em prisão. Em verdade te digo:dali tu não sairás antes de teres pago o último centavo”. (Mateus 5,23-26).
A Tradição da Igreja confirma com certeza a verdade do Purgatório: os Cristãos dos primeiros séculos, sobre as pedras tumulares, nas catacumbas, esculpiram muitas invocações a Deus para implorar refrigério que apressasse a seus defuntos a entrada no Céu.
Os grandes Padres e Doutores da Igreja: S. Agostinho, S. Jerônimo, S. João Crisóstomo, S. Efrém da Síria, S. Cipriano etc., falam claramente do Purgatório.
S. Ambrósio, no discurso feito por ocasião da morte do Imperador Teodósio, roga a Deus de conceder ao defunto amigo um lugar entre os Santos, acrescentando que não se cansará nunca de rezar até que Deus o tenha recebido entre os Beatos.
Quanto se sofre no Purgatório?
“Cada mínima pena do Purgatório é mais grave do que a máxima pena do mundo. Tanto difere a pena do fogo do Purgatório do nosso quanto o nosso fogo difere daquele pintado” (S. Tomás).
S. Agostinho (Comentários ao Salmo 37, n. 3) fala da dor que o fogo purgatorial causa no homem, mais aguda que qualquer outra coisa que o homem possa padecer nesta vida, “gravior erit ignis quam quidquid potest homo pati in hac vita” (P.L., col. 397).
Gregório Magno fala daqueles que depois da vida “expiarão suas faltas por chamas purgatoriais”, e acrescenta “ser a dor mais intolerável que qualquer outra sofrível nesta vida” (Ps. 3 poenit., n. 1).
Seguindo os passos de São Gregório, São Tomás ensina que, junto da separação da alma da vista de Deus, há a outra pena, pelo fogo. “Una poena damni, in quantum scilicet retardantur a divina visione; alia sensus secundum quod ab igne punientur” (IV, dist. XXI, q. i, a.1).
E S. Boaventura não só concorda com S. Tomás, como acrescenta que esta pena pelo fogo é mais severa que qualquer pena que possa ser dada pelos homens nesta vida; “Gravior est omni temporali poena, quam modo sustinet anima carni conjuncta” (IV, dist. XX, p. 1, a. 1, q. II). Como este fogo afeta as almas dos falecidos, os Doutores não sabem, e em tais matérias vale a exortação do Concílio de Trento, que manda serem “excluídas das pregações populares à gente simples as questões difíceis e sutis e as que não edificam nem aumentam a piedade” (Sess. XXV, “De Purgatorio”).
Melhor o Purgatório daqui que o de lá
“O Senhor dispõe que tantas almas façam o seu Purgatório na Terra, entre nós, seja para instrução dos vivos que para sufrágio dos defuntos” (S. Tomás).
Quantos vão ao Paraiso logo após a morte?
“Depois da morte, são raras as almas que vão diretamente ao Paraiso; a multidão das outras que morrem na graça de Deus devem ser purificadas pelas penas acérrimas do Purgatório” (S. Roberto Bellarmino)
No Purgatório há também alegria?
“Não creio que, depois da felicidade dos Santos que gozam na glória, haja uma alegria similar àquela das almas purgantes. É certo que estas almas conciliam duas coisas em aparênciairredutíveis: gozam de uma alegria suma e, ao mesmo tempo, sofrem inúmeros tormentos, sem que as duas coisas tão opostas se excluam e se destruam uma à outra” (S. Catarina de Gênova[7]).
Apesar dos sofrimentos, são também inefáveis as alegrias na Igreja Padecente. São Bernardino de Sena trata disso de modo convincente e digno de fé, pois se funda não em lendas e sim na teologia, e faz delas um longo elenco:
1) Confirmação na graça;
2) Certeza da salvação;
3) Amor de Deus;
4) Visita dos anjos;
5) Visita dos santos;
6) Visita de Nossa Senhora.
As almas do Purgatorio nos ajudam?
“A minha vocação religiosa e sacerdotal é uma graça imensa que atribuo à minha cotidiana oração pelas Almas do Purgatorio que, ainda menino, eu aprendi com minha mãe” (Beato Angelo D'Acri)[8].
“Quando quero obter alguma graça de Deus recorro às almas do Purgatório e sinto que sou atendida por causa de sua intercessão” (S. Catarina de Bolonha[9]).
“Caminhando pela rua, no tempo livre, rezo sempre pelas Almas do Purgatório. Estas santas Almas com sua intercessão me salvaram de tantos perigos da alma e do corpo” (S. Leonardo de Porto Maurício[10]).
“Nunca pedi graças às Almas purgantes sem ser atendida, pelo contrário, aquelas que não pude obter dos espíritos celestes as obtive pela intercessão das Almas do Purgatório” (S. Catarina de Genova).
“Todos os dias ouço a Santa Missa pelas almas do Purgatório: a este piedoso costume eu devo tantas graças que continuamente recebo para mim e para meus amigos” (S. Contardo Ferrini).
Em sentido contrário: na Bula "Exurge Domine"[11], Leão X condena a proposição (n. 38) "Nec probatum est ullis aut rationibus aut scripturis ipsas esse extra statum merendi aut augendae caritatis" (Não se prova em lugar algum pela razão ou pela Escritura que elas [as almas no purgatório] não possam ganhar méritos ou crescer na caridade). Para elas "chegou a noite, em que o homem não pode mais trabalhar", e a Tradição Cristã sempre considerou que somente nesta vida o homem pode trabalhar pelo bem de sua alma.
Os Doutores da Idade Média, mesmo aceitando que esta vida é o momento para o mérito e o aumento da graça, ainda alguns com São Tomás pareceram questionar se há ou não uma recompensa não essencial que as almas no Purgatório possam merecer (IV, dist. XXI, q. I, a. 3). Belarmino acredita que, nesta matéria, São Tomás mudou sua opinião, e faz referência a uma afirmação de São Tomás ("De Malo", q. VII, a. 11). Seja qual for o pensamento do Doutor Angélico, os teólogos aceitam que nenhum mérito é possível no Purgatório, e se surgir a objeção de que as almas ganham mérito lá pelas suas orações, Belarmino diz que tais orações são úteis por causa de méritos já adquiridos: "Solum impetrant ex meritis praeteritis quomodo nunc sancti orando pro nobis impetrant licet non merendo" (Elas rezam pelos méritos adquiridos, como os que agora são santos e que rezam por nós, mesmo sem ganhar méritos). (loc. cit. II, cap. III).
Os nossos sufrágios
A Escritura e os Padres mandam fazer orações e ofertas pelos falecidos, e o Concílio de Trento (Sess. XXV, "De Purgatorio"), em virtude desta Tradição, não só afirma a existência do Purgatório, como acrescenta "que as almas que nele estão detidas são aliviadas pelos sufrágios dos fiéis, principalmente pelo sacrifício do altar". Que aqueles que estão na terra ainda estão em comunhão com as almas do purgatório é o ensinamento mais antigo dos Cristãos, e que os vivos ajudam os mortos por suas orações e obras de satisfação, é evidente pela Tradição acima mencionada. Que o Santo Sacrifício tenha sido oferecido pelos falecidos é Tradição Católica recebida já nos dias de Tertuliano e S. Cipriano, e que as almas dos mortos são ajudadas sobretudo "quando repousa a vítima sagrada sobre o altar" é a expressão de S. Cirilo de Jerusalém, citada acima.
S. Agostinho diz que as "orações e esmolas dos fiéis, o Santo Sacrifício do altar ajudam os fiéis falecidos e move o Senhor a tratá-los em misericórdia e bondade", e, acrescenta, "esta é a prática da Igreja universal herdada dos Padres" (Serm. CLXII, n. 2).
Se nossas obras de satisfação realizadas em favor dos mortos são aceitas simplesmente pela benevolência e misericórdia de Deus, ou se Deus se obriga em justiça a aceitar a nossa reparação no lugar delas, não é uma questão respondida.
O Pe. Francisco Suárez, S.J. pensa que a aceitação é pela justiça e afirma ser prática comum da Igreja que reúne os vivos e mortos sem discriminação (De poenit., disp. XLVIII, 6, n. 4).
Os meios principais com que podemos socorrer e libertar as Almas do Purgatório são:
1) a oração e a esmola;
2) a Santa Missa e a Santa Comunhão;
3) as indulgências e as boas obras;
4) o ato heroico de caridade.
Indulgências:O Concílio de Trento (Sess. XXV) definiu que as indulgências são "muito salutares para o povo Cristão" e que "se deve manter o seu uso na Igreja".É o ensinamento comum dos teólogos Católicos que:1. Indulgências são aplicáveis às almas do purgatório[12].2. Indulgências estão disponíveis para elas "em forma de sufrágio" (per modum suffragii)[13].Condições para que uma indulgência aproveite para os que estão no purgatório, várias condições são necessárias:1. A indulgência deve ser estabelecida pelo papa.2. Deve haver razão suficiente para se dar a indulgência, e esta razão deve ser algo referente à glória de Deus e o bem da Igreja, não meramente o proveito que resulta às almas no purgatório.3. A obra piedosa deve ser como no caso das indulgências para os vivos.Se o estado de graça não estiver entre os requisitos, em todo caso a pessoa pode lucrar a indulgência para os falecidos, ainda que ele não esteja na amizade com Deus (S. Belarmino, loc. cit., p. 139). Pe. Francisco Suárez (De Poenit., disp. IIII, s. 4, n. 5 and 6) deixa isso bem claro quando diz: "Status gratiæ solum requiritur ad tollendum obicem indulgentiæ" (o estado de graça só se requer para remover algum impedimento da alma), e no caso das santas almas não pode haver impedimento. Este ensinamento está ligado à doutrina da Comunhão dos Santos, e os monumentos das catacumbas representam os santos e mártires como que intercedendo a Deus pelos mortos. Também as orações das antigas liturgias falam de Maria e dos santos intercedendo pelos que passaram desta vida. Agostinho acredita que um enterro numa basílica cujo titular seja um santo mártir é de valor para o falecido, pois os que ali celebram a memória daquele que sofrem, recomendarão orações ao mártir por aquele que passou desta vida (S. Belarmino, lib. II, XV). No mesmo lugar Belarmino acusa Dominicus A Soto de imprudência por ter negado esta doutrina.
1) as penas do Purgatório são mais acrimoniosas do que todas as penas desta vida;
2) as penas do Purgatório são longuíssimas;
3) as Almas purgantes não podem ajudar a si mesmas, somente nós podemos sufragá-las;
4) as Almas do Purgatório são muitíssimas, permanecem lá longuissimamente, sofrem penas inumeráveis, (S. Roberto Belarmino).
“A devoção pelas Almas purgantes é a melhor escola de vida cristã: nos leva às obras de misericórdia, nos ensina a oração, nos faz ouvir a Santa Missa, nos habitua à meditação e à penitência, nos impele a fazer boas obras e a dar esmola, nos faz evitar o pecado mortal e temer o pecado venial, causa única da permanência das Almas do Purgatório” (São Leonardo de Porto Maurício).
“A oração pelos defuntos é mais aceita por Deus do que aquela pelos vivos, porque os defuntos precisam dela e não podem ajudar a si mesmos, como podem fazê-lo, ao invés, os vivos” (São Tomás).
A Santa Missa pelos defuntos
“Pelos vossos defuntos, para demonstrar-lhes vosso amor, não ofereçais apenas violetas, mas sobretudo orações; não cuidais apenas das pompas fúnebres, mas sufragai-os com esmolas, indulgências e obras de caridade; não vos preocupeis apenas com a construção de tumbas suntuosas, mas especialmente com a celebração do Santo Sacrifício da Missa. As manifestações externas são um alívio para vós, as obras espirituais são um sufrágio para eles, por eles esperado e desejado” (S. João Crisóstomo).
“É certo que nada é mais eficaz pelo sufrágio e a libertação das Almas do fogo do Purgatório do que a oferta a Deus, por elas, do Sacrifício da Missa” (S. Roberto Belarmino).
“Durante a celebração da S. Missa quantas almas são libertadas do Purgatório! Aquelas pelas quais se celebra não sofrem, aceleram a sua expiação ou voam logo para o Céu, porque a S. Missa é a chave que abre duas portas: aquela do Purgatório para de lá sair, e aquela do Paraíso, para nele entrar para sempre” (S. Jerônimo).
“Reza sempre à Santa Virgem pelas Almas do Purgatório. A Virgem recebe a tua oração para leva-la ao trono de Deus e livrar logo as Almas pelas quais você suplica” (S. Leonardo de Porto Maurício).
Advertências aos vivos
Com muita facilidade vocês pecam e tornam a pecar. Se provassem por um só instante quão graves, quão longas penas deverão sofrer no Purgatório cometendo mesmo um só pecado venial, o evitariam mais do que a morte. Rogai por nós que expiamos as nossas culpas passadas, evitem o pecado, todo pecado, causa única destes inauditos sofrimentos. Pregai a todos o quanto são graves estas penas onde deverão ser expiados os pecados que em vida os homens tão facilmente cometem” (Crônicas dos Menores[14]).
Nosso Senhor Jesus Cristo apareceu a S. Gertrudes em seu leito de morte e lhe disse: “Coragem e confiança. Logo estarás no Céu. Eis a multidão de Almas que tu libertaste do Purgatório: vem-te ao encontro, com cantos exultantes para te acompanhar ao prêmio eterno no Paraíso” (Vida de S. Gertrudes).
Ato heroico de caridade
É sabido pelo Catecismo que, por cada obra cristão cumprida na graça de Deus, se adquirem três méritos:
1) um aumento de glória para o Céu;
2) um aumento de graça para o presente;
3) uma redução das penas devidas pelas culpas passadas que devem ser expiadas na Terra o no Purgatório.
Aos dois primeiros méritos não se pode renunciar, são inalienáveis; ao terceiro, pelo contrário, se pode renunciar e pode ser aplicado às santas Almas do Purgatório: este ato pessoal constitui o Ato heroico de caridade, que consiste em “fazer à Majestade divina, em benefício das Almas do Purgatório, a oferta de todas as próprias obras satisfatórias durante a vida e de todos os sufrágios que podem nos ser aplicados depois da nossa morte”.
Este Ato heroico pode ser feito com o coração e é válido, não precisa de uma fórmula externa. É bom fazê-lo após a Santa Comunhão. Quantas Almas nós podemos libertar das terríveis penas do Purgatório com este santíssimo ato de caridade!
O Ato heroico foi aprovado pelo Sumo Pontífice Gregório XV, quando, com sua Bula Pastoris Aeterni (italiano), aprovou o “Instituto do Consórcio dos Irmãos”, fundado pelo Venerável Pe. Domenico de Jesus Maria (1559-1630), Carmelita Descalço, na qual, entre os outros piedosos exercícios em prol dos defuntos, consta o de oferecer e consagrar em sufrágio deles a parte satisfatória das próprias obras.
Este Ato heroico de caridade foi enriquecido de muitos favores, pelo Decreto de 23 de agosto de 1728, pelo Sumo Pontífice Benedito XIII, confirmados depois pelo Papa Pio VII, aos 12 de dezembro de 1788; esses favores foram, então, especificados peloSanto Padre Papa Pio IX, com Decreto da “Sacra Congregação das Indulgências” de 10 de setembro de 1852, da seguinte maneira:
I. Os Sacerdotes que fizeram dita oferta poderão gozar, todos os dias, o indulto do altar privilegiado pessoal.
Todos os fiéis que fizeram a mesma oferta poderão lucrar:
II. Indulgência Plenária aplicável somente aos Defuntos em qualquer dia façam a Santa Comunhão, contanto que visitem uma Igreja ou um público Oratório e lá rezem por algum tempo, segundo a intenção do Sumo Pontífice.
III. Da mesma forma, poderão lucrar Indulgência Plenária todas as segundas-feiras, assistindo à Santa Missa em sufrágio das Almas do Purgatório, e cumprindo as outras condições supramencionadas.
IV. Todas as Indulgências que são concedidas e se concederão no futuro, as quais se lucram pelos fiéis que fizeram esta oferta, podem ser aplicadas às Almas do Purgatório.
Finalmente, o mesmo Papa Pio IX, em 20 de novembro de 1854, tendo em vista aqueles jovens que ainda não comungam e também os enfermos, os crônicos, os velhos, os camponeses, os encarcerados e outras pessoas que não podem comungar ou não podem acompanhar a Santa Missa às segundas-feiras, concedeu-lhes que poderiam aplicar ao mesmo fim a Missa do Domingo. E para aqueles fiéis que ainda não comungam ou são impedidos de comungar, poderá a oferta ser comutada em outra obra de piedade pelos confessores autorizados pelo Ordinário local.
Finalmente, o mesmo Papa Pio IX, em 20 de novembro de 1854, tendo em vista aqueles jovens que ainda não comungam e também os enfermos, os crônicos, os velhos, os camponeses, os encarcerados e outras pessoas que não podem comungar ou não podem acompanhar a Santa Missa às segundas-feiras, concedeu-lhes que poderiam aplicar ao mesmo fim a Missa do Domingo. E para aqueles fiéis que ainda não comungam ou são impedidos de comungar, poderá a oferta ser comutada em outra obra de piedade pelos confessores autorizados pelo Ordinário local.
Adverte-se, ainda, que, embora esse Ato heroico de caridade seja chamado em alguns opúsculos de “Voto heroico de caridade” e venha acompanhado de uma fórmula escrita, não se deve entender este “voto” como feito em modo que obrigue “sob pecado”; também não é necessário pronunciar qualquer fórmula, bastando, para ser partícipes das Indulgências e privilégios indicados, a obrigação feita com o coração.
Falaremos mais especificamente sobre o “Ato heroico de caridade” em um próximo artigo.
Pesquisa, tradução e organização: Giulia d’Amore di Ugento
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