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Es algo corriente en los blogs tradicionalistas lanzar opiniones que invitan a dudar de la ordenación episcopal de ciertas personalidades de renombre. Pues bien aquí tenemos un comentario que, en mi opinión, despeja cualquier duda al respecto.
Por Fray Eusebio de Lugo
Por cierto, hablando de la validez de las ordenaciones sacerdotales y consagraciones episcopales, ha resurgido en los últimos días en la blogosfera en lengua española una vieja polémica, por la que algunos afirman que, puesto que el ordenante del futuro Mons. Lefebvre, y su consagrante principal como obispo era el bien conocido Card. Liénart, obispo de Lille y muy probablemente perteneciente a la masonería, tanto su ordenación sacerdotal como su consagración episcopal eran inválidas…
Tema de gravísimas repercusiones, puesto que afectaría a la validez de las ordenaciones y consagraciones conferidas a lo largo de su vida por el prelado francés.
Por ello, conviene que nos acerquemos al documento de León XIII Apostolicae Curae, sobre las ordenaciones anglicanas que nos dará las claves de una verdadera y muy cierta solución.
Declaró el Papa que esas ceremonias eran nulas por defecto tanto de forma como de intención.
-De forma, porque el rito católico había sido adulterado en un sentido antisacramental y antipropiciatorio, que lo viciaba de raíz.
-Y de intención, porque el rito, objetivamente considerado, según el sentido obvio de su texto y ceremonial, no expresaba ya la intención que tiene la Iglesia Católica. Queda claro que habla de la intención objetiva, y no de la subjetiva, la que guarda en el secreto de su mente y corazón el que realiza la ceremonia externa:
33. “La Iglesia no juzga sobre la mente e intención, en la medida en que ésta es por su propia naturaleza cosa interna; pero en la medida en que se manifiesta externamente, ella viene obligada a juzgarla. Una persona que ha usado correcta y seriamente la materia y la forma requerida para confeccionar y conferir un sacramento es presumida por esa mismísima razón HABER TENIDO LA INTENCIÓN DE HACER (INTENDISSE) LO QUE LA iGLESIA HACE.
Sobre este principio la doctrina según la cual un sacramento se confiere realmente por el ministerio de una persona herética, o incluso no bautizada (en el caso del bautismo ndr), con la condición de que sea empleado un rito católico. Mientras que por otra parte, si el rito ha sido cambiado, con la manifiesta intención de introducir otro rito no aprobado por la Iglesia y de rechazar lo que la Iglesia hace, y lo que, por institución de Cristo, pertenece a la naturaleza del sacramento, entonces, está claro, no sólo que falta la intención necesaria para el sacramento, sino que además, esa intención es contraria a dicho sacramento, y destructiva del mismo.”
Ahora bien, en el caso de Liénart, tenemos que ha puesto seria y correctamente el rito de la Iglesia, y que jamás expresó la más mínima contra-intención.
Es bien conocido el adagio: “De internis, neque Ecclesia judicat”, a no ser, como dice León XIII, en la medida en que se manifieste externamente, cosa que nadie ha sostenido.
Ello significa que un ministro, en este caso obispo, perverso, subvertidor de la Iglesia, ateo, entregado al Reino de Satán, hereje, u otra cualquier depravidad moral-espiritual que le queramos suponer, si cumple las condiciones expuestas por León XIII, ordena y consagra, aún a pesar suyo.
Queda un último argumento, que oí de boca de cierto obispo: “Puede ocurrir que el ministro en cuestión haga un acto de voluntad contraria, diciendo en su fuero interno, a la hora de imponer las manos y recitar el Prefacio: “No quiero ordenarlos”, como refería que lo había hecho cierto obispo brasileño, que lo había confesado en su lecho de muerte, a consecuencia de lo cual, los sacerdotes por él ordenados dícese que habrían sido reordenados bajo condición.”
A lo que respondo, que aunque el pérfido sujeto haya retraído la intención subjetiva, aquí, supplet Ecclesia, es decir, que por la indefectibilidad general de la Iglesia, que no puede sufrir que pueda haber la mínima duda en los sacramentos que se confieren legítimamente con su rito, les sería conferido el sacramento. El mismo Señor que confirió el sacramento de la Unción real al Rey Ciro por ministerio de un ángel, y eso que era pagano, con toda seguridad, confiere el sacramento cuando el más indigno de los ministros lo confiere según el rito de la Iglesia, sin manifestar contra-intención.
Todo ésto se ve confirmado, además, por la actitud de la Iglesia ante ordenaciones realizadas por cismáticos, herejes o masones:
Si se trata de masones, por ejemplo, es bien sabido que desde el S. XVIII, el clero francés estaba trufado de masones, hasta el punto de que en no pocos seminarios, abadías y otras instituciones, funcionaban logias masónicas constituidas lo más regularmente del mundo.
Hasta tal punto que cuando nombraron a Loménie de Brienne como arzobispo de Toulouse, todo el mundo en la Corte decían que habían nombrado a un ateo.
Por no hablar de figuras como Talleyrand, indigno notorio, nombrado obispo de Autun, que luego abandonó la clerecía, participó en la Revolución, y consagró a los obispos de la cismática y herética iglesia juramentada impuesta por la Revolución.
Bastantes de esos obispos revolucionarios fueron mantenidos por Pío VI cuando cedió ante Napoleón y accedió a reformar completamente el mapa eclesiástico de Francia, al tiempo que despojaba de sus sedes a venerables confesores de la Fe, provocando con ello el cisma de la “Petite Église”.
Pues en ningún caso se solicitó a esos obispos el ser reconsagrados, ni siquiera sub conditione, ni reordenar a los sacerdotes por ellos ordenados.
En la segunda mitad del S. XIX, fuentes bien informadas afirmaban que al menos un tercio del episcopado francés tenía uno, o los dos pies, en una logia, proporción que siguió aumentando, hasta la Ley de Separación de 1905.
Roma sabía perfectamente de la situación de esos obispos impuestos por la masonería francesa, pero nunca exigió que fueran repetidas las ceremonias realizadas por tales prelados.
Sembrando dudas ilegítimas precisamente en la crítica situación en que se debaten muchas almas, ciertos “eruditos” le hacen un flaco favor a la Iglesia, y más bien le hacen el juego al enemigo. Parece haberse convertido en una especie de mal hábito intelectual-espiritual: Siempre dejar abierto un portillo a la duda, que pueda utilizarse como herramienta dialéctica en caso de necesidad, contra cualquiera o cualquier realidad que pueda venir a molestarnos, y a modificar la composición de lugar que nos hemos hecho.
Y quien duda de ésto, duda por supuesto de la indefectibilidad e infalibilidad de los Papas, acabando por repetir, corregido y aumentado, todo el argumentario galicano y jansenista, que les permita escapar de lo cierto, seguro y definitivo.
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