Diversos acontecimientos de suma importancia,
así como divisiones de la Jerarquía de la Iglesia de la mayor trascendencia
fueron motivo, hace ya algunos años, para la siguiente intervención de
Monseñor Lefebvre. Tanto para él, como para los fieles unidos a la Hermandad y
a la Tradición, las consecuencias de estos hechos fueron notables. ¿Por qué se
han tomado decisiones de tan graves consecuencias en estos últimos veinticinco
años? La situación actualmente es gravísima. Pero tal situación no se remonta
a los últimos veinte años, sino que viene de muy atrás.
Los
partidarios del contubernio entre la Iglesia y
la Revolución.
Dos corrientes se combaten al
interior del Catolicismo desde hace dos siglos. Después de la Revolución
francesa algunos quisieron acomodarse con los principios revolucionarios y
componer con los enemigos de la Iglesia; otros rehusaron este arreglo, teniendo
en cuenta que Nuestro Señor Jesucristo nos advirtió: “Quien no está Conmigo está
contra Mí”. Por consiguiente, si se está por el reinado de Jesucristo, se está
contra sus enemigos. No es posible de otra forma. Para pactar, los primeros
pretendieron que se podía dejar de hablar de Nuestro Señor a pesar de continuar
amándole. Más los Papas, hasta el Concilio Vaticano II, desaprobaron a éstos.
Jesucristo: único Rey, único Dios.
Nuestro Señor es nuestro Rey,
nuestro Dios. Debe, pues, reinar y no solo en privado sobre nuestras personas
sino sobre nuestras familias, aldeas, y por doquier. Por otro lado, quiérase o
no, Él será un día nuestro juez. Cuando vendrá sobre las nubes a juzgar el
mundo entero, todos los hombres estarán postrados de rodillas: budistas,
musulmanes, todos. No hay, en efecto, varios dioses, sino uno solo, como lo
cantamos en el Gloria: “Tu solus sanctus, Tu solus altissimus Jesu Christe”. Él
descendió de los Cielos para salvarnos, es Él que reina en el Cielo; lo veremos
cuando muramos.
División de los católicos: los “católicos-liberales”.
Con la Revolución francesa se
declaró una verdadera división, la que, por otra parte, tuvo su inicio ya con
los protestantes. Toda una clase de intelectuales se sublevó contra Nuestro
Señor, en un auténtico complot diabólico contra su reino del que no se quería
oír más. Esos toleraban que Le honrásemos en nuestras capillas y sacristías,
pero en forma alguna al exterior. No se debía hablar más de Nuestro Señor en
los tribunales, la escuela, los hospitales, en una palabra, en ninguna parte.
Más Nuestro Señor tiene el derecho de reinar sobre todo, y en los países
católicos es el Amo. Y nosotros debemos tratar de hacerlos reinar lo más
posible, de convertir a aquellos que no le conocen y no le aman todavía, a fin
de que éstos lleguen a ser también sus súbditos, y que reconozcan a su Maestro,
en el Cielo.
Así, desde la Revolución
francesa, los católicos se dividieron entre los que aceptaban honrar a Nuestro
Señor en las familias y parroquias, pero no en la vida pública, y en aquellos
que, al contrario, querían que Nuestro Señor reine en todos lados. Los
primeros, para justificar el silencio sobre Nuestro Señor en la sociedad, se
apoyaron sobre la libertad de creer y de no creer. Pero esto no es así; uno no
es libre de creer lo que quiere. Nuestro Señor dijo: “El que creerá será
salvado, el que no creerá será condenado”. Por supuesto, se puede usar mal de
esta libertad, pero entonces se desobedece alejándose de Dios. Moralmente uno
no es libre: se debe honrar a nuestro Señor y seguir su enseñanza.
Los Papas condenan a los liberales.
He aquí aquellos que se llamó
liberales, porque estaban por la libertad, dejando a cada uno el derecho de
pensar lo que quería según su conciencia. Pero los Papas han condenado siempre
ese liberalismo, afirmando en alta voz que no hay más libertad de conciencia
que la de hacer el bien y evitar el mal. Por supuesto se puede desobedecer. Un
niño puede desobedecer a sus padres, pero ¿tiene derecho a eso? Evidentemente
no. Es lo mismo en la religión. Cierto, existen personas que desobedecen, pero
hay que tratar de convertirlos y de llevarlos a obedecer a nuestro Señor, el
Dios verdadero que nos juzgará a todos.
Esa corriente liberal fue desarrollada por católicos como Lamennais que era
sacerdote; de allí la división en el propio seno de la Iglesia. Pero papas
tales como Pío IX, León XIII; San Pío X, Pío XI, y Pío XII, han condenado
siempre a esos liberales como los peores enemigos de la Iglesia, dado que
alejaban a las gentes, las familias y los Estados de Nuestro Señor Jesucristo.
Cuando Nuestro Señor no está más
presente en las escuelas, hospitales, tribunales y gobiernos, cuando está
ausente del ambiente público, es la apostasía y el ateísmo. En efecto, se toma
el hábito de no pensar más en Nuestro Señor, ya que no se lo ve en ninguna
parte, y poco a poco este olvido se difunde y se introduce en las familias.
¿Cuáles son actualmente, para dar
un ejemplo, los restaurantes y hoteles donde se halla la Cruz de Nuestro Señor?
Por mi parte viajo mucho, y no he hallado sino en Austria un hermoso crucifijo
en algunos restaurantes y una bella imagen de la Santísima Virgen en la
habitación del hotel. En otra parte esto se terminó. Antes no había casa sin
crucifijo. Hoy, hasta buenos católicos tienen miedo de colocar una en su casa,
por temor de la reacción de aquellos que no aman la Religión cristiana. Ved a
lo que se llega alejando suavemente a Nuestro Señor.
Los enemigos en el interior de la Iglesia.
Al comenzar el siglo, San Pío X
decía que ahora los enemigos de la Iglesia no están solamente en el exterior
sino también en el interior. Con esto quería señalar esos católicos que no
querían más la realeza pública de Nuestro Señor.
Pero eso no es todo. Dado que
había hasta en los seminarios profesores modernistas, que querían adaptarse al
mundo moderno, con su rechazo de nuestro Señor y su apostasía, San Pío X exigió
que se los apartase de los seminarios, para que no influyan sobre los
seminaristas que, una vez sacerdotes, difundirían a su turno las malas
doctrinas. Y San Pío X tenían razón, pues es lo que ocurrió. Los obispos no quisieron
prestar atención y suavemente esas ideas fueron introducidas en los seminarios,
luego en el clero y finalmente en todos lados. Al nombre de la libertad, se
dejó de hablar de Nuestro Señor y fue la apostasía.
En 1926, hace pues más de sesenta años, me encontraba en el seminario en Roma,
bajo Pío XI, quien, él también, combatía y condenaba a los sacerdotes
favorables al laicismo. En este año tuvo lugar en Roma una semana contra el
liberalismo, y se presentaron dos pequeños libros: “Libéralisme et Catholicisme”
del R.P. Roussel y “Le Christ Roi des Nations” del R.P. Philippe. He aquí la
introducción del primero:
“Queremos que Jesucristo, Hijo de
Dios y Redentor de los hombres, reine no sólo sobre el individuo, sino sobre
las familias, pequeñas y grandes, sobre las naciones y sobre el orden social
entero; este es el pensamiento que nos une especialmente esta semana. Este
reinado social, de Jesús Rey, reinado legítimo en sí, necesario para nosotros,
no tiene adversario más temible, por su astucia, su tenacidad y su influencia,
que el liberalismo moderno”.
¿Cuáles son, pues, los orígenes
de este liberalismo, sus manifestaciones principales, su desarrollo lógico?
¿Cómo calificarlo y refutarlo? Tales son las cuestiones que trata el libro del
R.P. Roussel con su respuesta; un libro muy interesante que damos a todos
nuestros seminaristas para que estén al corriente de esos errores modernos. El
liberalismo, el laicismo, la secularización y la ausencia de sumisión pública a
Nuestro Señor se han difundido a pesar de los Papas, porque los obispos y los
sacerdotes no los escucharon lo suficiente.
El segundo pequeño libro editado,
con ocasión de esa semana contra el liberalismo, en Roma, es: “Catechisme des
droits divins dans L'ordre social”, conocido bajo el título “Le Christ Roi des
Nations” del R.P. Philippe, redentorista. Veamos el prefacio:
“Bajo pretexto de seguir las
solas luces de la conciencia, se tomó el hábito de abandonar a la libre
disposición de ésta el cumplimiento de todos los deberes: los derechos de la
verdad y especialmente, los de la Verdad suprema son pisoteados. Nuestro
catecismo pide un gran acto de fe, el acto de fe en Dios y en Jesucristo que
ejerce su autoridad. Los pueblos deben saber que, en todas las relaciones de
hombre a hombre, en todo lo que constituye la intimidad de una nación, dependen
de Dios y de Jesucristo”.
Todo esto ocurrió en 1926.
Entonces los sacerdotes resistían aprestándose para luchar contra la apostasía
invasora y para defender a Nuestro Señor, contra la secularización y la
laicización de todas las instituciones. León XIII en su incíclica Humanun genus
describió que los francmasones tienen por fin descristianizar todo,
especialmente las instituciones, y que quieren quitar y expulsar a Nuestro
Señor de todos lados. Todo esto se desarrolló pues a pesar de los Papas, y así
se llegó al Concilio Vaticano II.
La preparación del concilio: los obispos liberales.
Ahí también fue la división, en
el seno mismo de la Iglesia. Esos liberales que no quieren que se hable más de
Nuestro Señor en la sociedad, que, al contrario, quieren la libertad de todas
las religiones y de todos los sistemas de pensamiento, crearon una oposición
entre las cardenales y esto desde la preparación del concilio.
La Santa Sede había instituido
unas comisiones a la cabeza de las cuales se elevaba la "Comisión central
preparatoria del Concilio". Sesionó de 1960 a 1962 y estaba integrado de
setenta cardenales y una veintena de arzobispos y obispos, y si me encontraba
allí era por ser presidente de la Asamblea de arzobispos y obispos de la África
occidental francesa. El Papa Juan XXIII presidía, con frecuencia, nuestras reuniones.
Fue como un campo de batalla, hay
que decirlo. ¿Quién ganaría? ¿Los liberales o los auténticos católicos que
estaban con todos los Papas en su condena al liberalismo? Por un lado unos
querían que la Iglesia declarase su tesis sobre la libertad, la neutralidad de
las sociedades y la ausencia de Nuestro Señor Jesucristo de la vida pública.
Por otro, hubo vivas reacciones contrarias. ¿Nosotros católicos no tendríamos
el derecho de tener nuestros Estados católicos para no chocar con las
religiones musulmana, budista o protestante? ¿Y esto bajo el pretexto de no
hacerles agravio, cuando ellos nos lo hacen categórica y públicamente?
En los Estados protestantes, por
ejemplo, se es protestante oficialmente. El cantón de Vaud inscribió en su
constitución que el protestantismo es religión de Estado. Así es igualmente
para Suecia, Noruega, Inglaterra y Dinamarca, y públicamente la religión
protestante es la única reconocida por el Estado.
Los liberales suprimen los Estados católicos.
¿Entonces no tendríamos el
derecho de tener nosotros también nuestros Estados católicos? El Estado del
Valais era católico un 90 %. Como los liberales ganaron en el Concilio, y
dominan ahora en Roma, pidieron a Mons. Adams (a quien conocí bien y que era un
buen amigo), por intermedio del nuncio en Berna, de acabar con el Estado
católico del Valais. La constitución valdense enunciaba, en efecto, que la Religión
católica era la única religión reconocida públicamente por el Estado. Esto era,
en definitiva, afirmar que Nuestro Señor Jesucristo era el Rey del Valais. Y
Mons. Adam, todo lo favorable que fuese la Tradición, él que había combatido
durante el concilio a favor del reinado social de Nuestro Señor, escribió una
carta a todos sus fieles para que el Estado de Valais cambiase su constitución
y se convierta oficialmente en neutra.
Me informé y se me contestó que
eso venía del nuncio. Fui pues a encontrarlo a Berna y él que había combatido
durante el Concilio a favor del reinado social de Nuestro Señor, escribió una
carta a todos sus fieles para que el Estado de Valais cambiase su constitución
y se convierta oficialmente en neutra.
Me informé y se me contestó que eso venía del nuncio. Fui pues a encontrarlo a
Berna y él me confirmó que Mons. Adam había escrito por orden suya.
— ¿Y no tiene Usted, vergüenza de
pedir que Nuestro Señor Jesucristo no reine más el Valais?
— (El Nuncio) Oh, pero ahora esto no
es más posible. Usted comprende no es más posible.
— ¿Y los protestantes? Vaya Usted,
pedirles de dejar de reconocer su protestantismo como religión oficial en el
cantón de Vaud y o en Dinamarca. ¿Y nosotros católicos, no tenemos, acaso, el
derecho de tener Estados en los cuales la Religión católica es la única
reconocida públicamente?
— (El nuncio) Ah, eso no es más
posible. - ¿Qué hace Usted de la magnífica encíclica Quas primas donde Pío XI
recuerda que Nuestro Señor Jesucristo debe reinar sobre todos los Estados y
sobre todas las naciones?
— (El nuncio) Oh, el Papa no lo
escribiría ahora.
Ah, esto como ejemplo. Esta
encíclica fue escrita en 1925 por Pío XI para recordar a todos los obispos la
doctrina sobre el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, y he aquí ahora
obispos hacen exactamente lo contrario. Y es lo que desgraciadamente aconteció:
oficialmente el Estado del Valais no es más un Estado católico. La Iglesia sólo
sigue reconocida al mismo nivel que cualquier asociación privada, como las
otras religiones, que tienen el derecho de organizarse en el Valais.
El Cardenal Bea, portavoz de los liberales.
¿Cómo ocurrió esto? Un día el
cardenal Ottaviani y el cardenal Bea nos trajeron dos fascículos que valían su
peso en oro. Estos dos fascículos delimitaron los campos en la Iglesia: uno es
de la Revolución francesa y el otro de la Tradición católica. Uno es el del
cardenal Bea, liberal, el otro el del cardenal Ottaviani, prefecto de la
Comisión.
En su documento el cardenal
Ottaviani habla de la “tolerancia religiosa”. Es decir, si hay otras religiones
en los Estados católicos, se los tolera, pero no se les concede las mismas
libertades que a la Iglesia, del mismo modo que se toleran los pecados y los
errores, dado que no se puede expurgar todo. En una sociedad hace falta una
cierta tolerancia, pero esto no quiere decir que se apruebe el mal.
Cuando llegó el momento para el
cardenal Ottaviani de presentar su documento a la Comisión central preparatoria
del Concilio, documento que no hacía más que retomar la doctrina enseñada
siempre por la Iglesia católica, el cardenal Bea se irguió diciendo que se
oponía. El cardenal Ruffini, de Sicilia, intervino para detener ese pequeño
escándalo de dos cardenales que se enfrentaban así con violencia ante todos los
otros. Pidió referir a la autoridad superior, es decir al Papa que ese día no
presidía la sesión. Pero el cardenal Bea dijo, no, quiero que se vote para
saber quién está conmigo y quién con el cardenal Ottaviani.
Se procedió, pues, a votar. Los
setenta cardenales, los obispos y los cuatro superiores de órdenes religiosas
que estaban allí se dividieron más o menos por mitades. Prácticamente todos los
cardenales de origen latino: italianos, españoles y sudamericanos, estaban por
el cardenal Ottaviani. El contrario los cardenales norteamericanos, ingleses,
alemanes y franceses estaban por el cardenal Bea. Así se halló una Iglesia
dividida sobre un tema fundamental de su doctrina: La realeza de Nuestro Señor
Jesucristo.
Era la última sesión, y uno se
podía preguntar lo que iba a acontecer con ese Concilio si ya la mitad de los
setenta cardenales eran favorables a la tolerancia religiosa del cardenal
Ottaviani y la otra mitad favorable a la libertad religiosa del cardenal Bea
que se basaba en la Revolución francesa y la Declaración de los derechos del
hombre. Y bien, en el Concilio también hubo lucha, y hay que reconocer que son
los liberales los que se impusieron. ¡Qué escándalo! Así llegó esa nueva
religión, que desciende más de la Revolución francesa que de la Tradición
católica, ese famoso ecumenismo donde todas las religiones están en pie de
igualdad. Ahora Ustedes, pueden comprender la situación actual, esta se deriva
de los liberales en el Concilio.
Hubo, sin embargo, oposiciones
violentas, pero como el Papa tomó parte prácticamente por la libertad, son los
liberales que tomaron los puestos en Roma y los ocupan aún.
Me opuse a esto con Mons. Sigaud,
Mons. de Castro Mayer y muchos otros miembros del Concilio. Porque no se puede
admitir que Nuestro Señor sea destronado. La Iglesia está fundada sobre el
principio que exige la realeza de Nuestro Señor sobre la tierra del mismo modo
que en el Cielo. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo. ¡Sí,
que la voluntad del Señor sea hecha por doquier y no solamente en las familias!
Pero ahora que el liberalismo reina en Roma, aquel que nuestros autores de 1926
calificaban como de el peor enemigo de la Iglesia, asistimos a la demolición de
la Iglesia.
Hay una auténtica ruptura. Más
nosotros permanecemos en comunión con todos los Papas hasta el Concilio,
mientras que el cardenal Bea no da referencia alguna en su documento. Él no
podía remitirse a ningún Papa, dado que su doctrina es nueva y ésta siempre fue
condenada por los Sumos Pontífices. En el folleto del Cardenal Ottaviani hay
más páginas de referencia que de texto, referencias a los Papas, a los concilios,
a toda la doctrina de la Iglesia. La tolerancia religiosa está realmente en la
continuidad de la Tradición. La Fe en la Iglesia fue siempre predicar la verdad
y tolerar el error, ya que no puede hacer de otro modo, pero esforzándose en
ser misionera, reducir el error y atraer a la verdad. La Iglesia no afirmó
jamás que se tenía el derecho tanto de estar en el error como en la verdad, que
había igual derecho de ser budista que católico. Esto no es posible, o la
Religión católica no es más la única verdadera. Es una catástrofe fundamental
para la Iglesia. Hemos vivido ese combate en el Concilio y lo vivimos todavía.
Consecuencias de la neutralidad.
Una vez que el Estado deja de
tener religión, y que la Iglesia exige que todas las religiones sean admitidas,
las puertas están abiertas. Y se asiste a una invasión inverosímil. Moon,
adventistas, testigos de Jehová, a tal punto que hasta los obispos se han
reunido en Sudamérica para constatar la gravedad de la situación. Unos hablan
de cuarenta millones, y otros de sesenta millones de católicos que han pasado a
las sectas desde 1968; por consiguiente, desde el Concilio. He aquí la terrible
consecuencia de la posición del cardenal Bea: la apostasía de millones y
millones de católicos. Y se constata la misma cosa por doquier, como en
Francia, donde se ve de más en más católicos pasarse al Islam, a las sectas o a
las logias masónicas. Es la apostasía general, es por eso que resistimos, pero
las autoridades romanas quieren que aceptemos esto. Cuando discutí con ellas en
Roma, querían que yo conozca la libertad religiosa como el cardenal Bea. Pero
les dije, no, no puedo. Mi fe es la del cardenal Ottaviani fiel a todos los
Papas y no esta doctrina nueva y perpetuamente condenada.
He aquí lo que constituye nuestra
oposición y es la razón por la cual no existe posibilidad de entenderse. Y no
es tanto la cuestión de la Misa, dado que la Misa es precisamente una de las
consecuencias del hecho que quiso acercarse al protestantismo y, por ende,
transformar el culto, los sacramentos, el catecismo, etc...
El fundamento de nuestra posición.
La verdadera oposición
fundamental es el reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Opportet Illum regnare,
nos dice San Pablo. Ellos dicen, no, nosotros decimos, sí, con todos los Papas.
Nuestro Señor no vino para estar escondido en el interior de las casas sin salir
de éstas. ¿Por qué se han hecho masacrar los misioneros? Para predicar que
Nuestro Señor Jesucristo es el único Dios verdadero, para decir a los paganos
que se conviertan. Entonces los paganos han querido hacerlos desaparecer, pero
ellos no han dudado en dar su vida para continuar predicando a Nuestro Señor
Jesucristo.
¿Habrá que hacer ahora lo
contrario, decir a los paganos: “vuestra religión es buena, conservadla siempre
que seáis buenos budistas, buenos musulmanes, o buenos paganos”? ¡He aquí la
razón de nuestra desinteligencia! Nosotros obedecemos a Nuestro Señor que dijo
a los Apóstoles “Id a enseñar el Evangelio hasta los confines de la tierra”.
No hay que extrañarse que no
lleguemos a entendernos con Roma. Esto no será posible hasta que Roma no vuelva
a la fe en el reino de Nuestro Señor Jesucristo, hasta que deje de dar la
impresión de que todas las religiones son buenas. Nos enfrentamos con ellos
sobre un punto de la Fe católica, como se han enfrentado el cardenal Bea y el
cardenal Ottaviani, y como se han enfrentado todo los Papas con el liberalismo.
Es la misma cosa, la misma corriente, las mismas ideas y las mismas divisiones
en el interior de la Iglesia.
Antes del Concilio los Papas y
Roma sostenían la Tradición contra el liberalismo, mientras ahora los liberales
ocuparon el lugar. Evidentemente éstos están contra los tradicionalistas y, por
consiguiente, somos perseguidos. Pero estamos tranquilos porque estamos en
comunión con todos los Papas desde Nuestro Señor y los Apóstoles. Guardamos su Fe
y no vamos a pasarnos ahora a la fe revolucionaria en la Declaración de los
derechos del hombre. No queremos ser hijos de 1789, sino hijos de Nuestro Señor
e hijos del Evangelio.
Los representantes de la Iglesia
católica dicen: cada uno es libre y se puede colocar a todas las religiones
juntas para rezar como en Asís. ¡Eso es una abominación! El día en el que el
Señor se enoje no será cosa de risa. Pues si Nuestro Señor castigó a los
judíos, como lo hizo, es porque estos habían rehusado creen en Él. Anunció que
Jerusalén sería destruida y lo fue, y el templo nunca fue reconstruido desde
aquel entonces. Bien podría decir lo mismo ahora cuando todos sus pastores
están contra Él, ya que no quieren creer más en su realeza universal.
Hay que seguir apegado a la
doctrina de la Iglesia. Permaneced apegados a Nuestro Señor que es todo para
nosotros. Él es el Amo que nos juzgará como juzgará a todo el mundo. Luego, hay
que rezar para que su reino llegue, aún cuando se deba ser perseguido.
Por más extraordinario que pueda
parecer, he aquí la situación de hoy. No soy yo quien la inventé. ¿Por qué me
he hallado casi sólo contra ese liberalismo al que son favorables la mayoría de
los obispos, hasta de Roma? Es un gran misterio. Siendo, como antes, fiel a
todo lo que han dicho los Papas, uno se halla casi solo.
Lo principal es estar con Nuestro
Señor, aún cuando haya que estar solo. Si se está con toda la enseñanza de la
Iglesia de veinte siglos, no se tiene miedo. ¿No hay que hacerse problemas,
verdad? ¡Confiad en la Providencia! Dios que conoce el futuro, restablecerá
todas las cosas un día, dado que la iglesia no puede quedar indefinidamente en
esta situación.
Confiemos en la Santísima Virgen
y en Nuestro Señor y no nos acobardemos ni nos deprimamos, ya que continuamos
la Iglesia. Permanezcamos en paz. ¡Que Dios os bendiga!
Mons. Marcel Lefebvre, Arzobispo de su conferencia en Sierre, Suiza, 27 de noviembre de 1988.