LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA
Florecillas de Nuestro Seráfico Padre
San Francisco de Asís
Capítulo IX
Cómo obtuvo San Francisco la Indulgencia de la Porciúncula.
Relato de O. Englebert.
Un día del verano de 1216, el Pobrecillo de Asís partió para Perusa, acompañado del hermano Maseo.
La noche anterior, escribe Bartholi, Cristo y su Madre, rodeados de espíritus celestiales, se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los Ángeles:
-- Francisco -le dijo el Señor-, pídeme lo que quieras para gloria de Dios y salvación de los hombres.
-- Señor -respondió el Santo-, os ruego por intercesión de la Virgen aquí presente, abogada del género humano, concedáis una indulgencia a cuantos visitaren esta iglesia.
La Virgen se inclinó ante su Hijo en señal de que apoyaba el ruego, el cual fue oído. Jesucristo ordenó luego a Francisco se dirigiese a Perusa, para obtener allí del Papa el favor deseado.
Ya en presencia de Honorio III, Francisco le habló así:
-- Poco ha que reparé para Vuestra Santidad una iglesia dedicada a la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios. Ahora vengo a solicitar en beneficio de quienes la visitaren en el aniversario de su dedicación, una indulgencia que puedan ganar sin necesidad de abonar ofrenda alguna.
-- Quien pide una indulgencia -observó el Papa-, conviene que algo ofrezca para merecerla... ¿Y de cuántos años ha de ser ésa que pides? ¿De un año?... ¿De tres?...
-- ¿Qué son tres años, Santísimo Padre?
-- ¿Quieres seis años?... ¿Hasta siete?
-- No quiero años, sino almas.
-- ¿Almas?... ¿Qué quieres decir con eso?
-- Quiero decir que cuantos visitaren aquella iglesia, confesados y absueltos, queden libres de toda culpa y pena incurridas por sus pecados.
-- Es excesivo lo que pides, y muy contrario a las usanzas de la Curia romana.
-- Por eso, Santísimo Padre, no lo pido por impulso propio, sino de parte de Nuestro Señor Jesucristo.
-- ¡Pues bien, concedido! En el nombre del Señor, hágase conforme a tu deseo.
Al oír eso, los cardenales presentes rogaron al Papa que revocara tal concesión, representándole que la misma desvaloraría las indulgencias de Tierra Santa y de Roma, que en adelante serían tenidas en nada. Mas el Papa se negó a retractarse. Le instaron sus consejeros que al menos restringiera todo lo posible tan desacostumbrado favor. Dirigiéndose entonces a Francisco, Honorio le dijo:
-- La indulgencia otorgada es valedera a perpetuidad, pero sólo una vez al año, es decir,
desde las primeras vísperas del día de la dedicación
de la iglesia hasta las del día siguiente.
Ansioso de despedirse, Francisco inclinó reverente la cabeza y ya se marchaba, cuando el Pontífice lo llamó diciendo:
-- Pero, simplote, ¿así te vas sin el diploma?
-- Me basta vuestra palabra, Santísimo Padre. Si Dios quiere esta indulgencia, Él mismo ya lo manifestará si fuere necesario; que, por lo que me toca, la Virgen María es mi diploma, Cristo es mi notario y los santos Ángeles son mis testigos.
Y con el hermano Maseo se puso en camino para la Porciúncula.
Una hora habrían andado, cuando llegaron a la aldea de Colle, situada sobre una colina, a medio camino entre Asís y Perusa. Allí se durmió Francisco, rendido de fatiga; al despertar tuvo una revelación que comunicó a su compañero:
-- Hermano Maseo -le dijo-, has de saber que lo que se me ha concedido en la tierra, acaba de ratificarse en el Cielo.
Celebróse la dedicación de la capilla el día 2 del siguiente agosto.
La liturgia de la fiesta, con las palabras que Salomón pronunciara en la inauguración del templo de Jerusalén (1 Re 8,27-29.43), parecía como hecha para aquella circunstancia. Desde un púlpito de madera, en presencia de los Obispos de Asís, Perusa, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia:
-- Quiero mandaros a todos al paraíso -exclamó-, anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados. Yo deseaba que esta indulgencia pudiese ganarse durante toda la octava de la dedicación, pero no lo he logrado sino para un solo día.
Tal es, según los documentos consultados, el origen del famoso Perdón de Asís.
En alabanza de Cristo. Amén.
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