¿Cómo deben actuar los católicos cuando la Fe está en peligro? Consejos y exhortaciones del Papa León XIII.
Estudio y oración por la fe
En circunstancias tan lamentables, ante todo es preciso que cada uno entre en sí mismo, procurando con exquisita vigilanciaconservar hondamente arraigada en su corazón la fe, precaviéndose de los
peligros, y señaladamente siempre bien armado contra varios sofismas engañosos.
Para mejor poner a salvo esta virtud, juzgamos sobremanera útil y por extremo
conforme a las circunstancias de los tiempos el esmerado estudio de la doctrina
cristiana, según la posibilidad y capacidad de cada cual; empapando su inteligencia
con el mayor conocimiento posible de aquellas verdades que atañen a la religión
y por la razón pueden alcanzarse. Y como quiera que no solo se ha de conservar
en todo su vigor pura e incontaminada la fe cristiana, sino que es preciso robustecerla
más cada día con mayores aumentos,de aquí la necesidad de acudir frecuentemente a Dios con aquella humilde y rendida súplica de los Apóstoles:
Aumenta en nosotros la fe .
Obligación del individuo y de la Iglesia de propagar la fe
Es de advertir que en este orden de cosas que pertenecen a la fe cristiana hay deberes cuya exacta y fiel observancia, si siempre
fue necesaria para la salvación, lo es incomparablemente más en estos tiempos. Porque en tan grande y universal extravío de
opiniones, deber es de la Iglesia tomar el patrocinio de la verdad y extirpar de los ánimos el error; deber que está obligada a
cumplir siempre e inviolablemente, porque a su tutela ha sido confiado el honor de Dios y la salvación de las almas. Pero cuando
la necesidad apremia, no solo deben guardar incólume la fe los que mandan, sino que cada uno esté obligado a propagar la fe
delante de los otros, ya para instruir y confirmar a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles. Ceder el puesto al
enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde,
o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa. Lo uno y lo otro es vergonzoso e injurioso a Dios; lo uno y lo
otro, contrario a la salvación del individuo y de la sociedad: ello aprovecha únicamente a los enemigos del nombre cristiano,
porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos.
Condenación de la desidia
Y tanto más se ha de vituperar la desidia de los cristianos cuanto que se puede desvanecer las falsas acusaciones y refutar las
opiniones erróneas, ordinariamente con poco trabajo; y, con alguno mayor, siempre. Finalmente, a todos es dado oponer y
mostrar aquella fortaleza que es propia de los cristianos, y con la cual no raras veces se quebrantan los bríos de los adversarios
y se desbaratan sus planes. Fuera de que el cristiano ha nacido para la lucha, y cuanto esta es más encarnizada, tanto con el
auxilio de Dios es más segura la victoria. Confiad: yo he vencido al mundo . Y no oponga nadie que Jesucristo, conservador y
defensor de la Iglesia, de ningún modo necesita del auxilio humano; porque, no por falta de fuerza, sino por la grandeza de su
voluntad, quiere que pongamos alguna cooperación para obtener y alcanzar los frutos de la salvación que Él nos ha granjeado.
El deber de la profesión y propagación de la doctrina católica
Lo primero que ese deber nos impone es profesar abierta y constantemente la doctrina católica y propagarla, cada uno según
sus fuerzas. Porque, como repetidas veces se ha dicho, y con muchísima verdad, nada daña tanto a la doctrina cristiana como el
no ser conocida; pues, siendo bien entendida, basta ella sola para rechazar todos los errores, y si se propone a un entendimiento
sincero y libre de falsos prejuicios, la razón dicta el deber de adherirse a ella. Ahora bien: la virtud de la fe es un gran don de la
gracia y bondad divina; pero las cosas a que se ha de dar fe no se conocen de otro modo que oyéndolas. ¿Cómo creerán en Él, si
de Él nada han oído hablar? ¿Y cómo oirán hablar de Él si no se les predica?… Así que la fe proviene de oír, y el oír depende de
la predicación de la palabra de Cristo . Siendo, pues, la fe necesaria para la salvación, síguese que es enteramente indispensable que se predique la palabra de Cristo.
Deber de la jerarquía y de los laicos
El cargo de predicar, esto es, de enseñar, por derecho divino compete a los maestros, a los que el Espíritu
Santo ha instituido obispos para gobernar la Iglesia de Dios, y principalmente al Pontífice Romano,
Vicario de Jesucristo, puesto al frente de la Iglesia universal con potestad suma como maestro de lo que
se ha de creer y obrar. Sin embargo, nadie crea que se prohíbe a los particulares poner en uso algo de su parte, sobre todo a los
que Dios concedió una buena inteligencia y el deseo de hacer bien; los cuales, cuando el caso lo exija, pueden fácilmente, no ya
arrogarse el cargo de doctor, pero sí comunicar a los demás lo que ellos han recibido, siendo así como el eco de la voz de los
maestros. Más aún, a los Padres del Concilio Vaticano les pareció tan oportuna y fructífera la colaboración de los particulares,
que hasta juzgaron exigírsela: A todos los fieles, en especial a los que mandan o tienen cargo de enseñar, suplicamos encarecidamente
por las entrañas de Jesucristo, y aun les mandamos con la autoridad del mismo Dios y Salvador nuestro, que trabajen
con empeño y cuidado en alejar y desterrar de la Santa Iglesia estos errores, y manifestar la luz purísima de la fe[vi][xiv]. Por lo
demás, acuérdese cada uno de que puede y debe sembrar la fe católica con la autoridad del ejemplo, y predicarla profesándola
con tesón. Por consiguiente, entre los deberes que nos juntan con Dios y con la Iglesia se ha de contar, entre los principales, el
que cada uno, por todos los medios procure defender las verdades cristianas y refutar los errores.
Sapientiae Christianae, Encíclica de LEÓN XIII, Acerca de las obligaciones de los cristianos, Del 10 de enero de 1890
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