Declaración con ocasión al XXV° Aniversario de las consagraciones episcopales.
Con
ocasión del XXV° Aniversario, Bodas de Plata, de las Consagraciones episcopales
realizadas por Mons. Marcel Lefebvre el 20 de junio de 1988, tres de los cuatro
obispos emitieron hoy una declaración al respecto.
DECLARACIÓN
CON OCASIÓN DEL
XXVº
ANIVERSARIO DE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES
(30 de junio de 1988 – 27 de junio de 2013)
1. Con ocasión del XXVº aniversario de las
consagraciones, los obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X expresan
solemnemente su gratitud a Mons. Marcel Lefebvre y a Mons. Antonio de Castro
Mayer por el acto heroico que realizaron el 30 de junio de 1988. En particular
quieren manifestar su gratitud filial a su venerado fundador, quien, después de
tantos años de servicio a la Iglesia y al Romano Pontífice, no dudó en sufrir
la injusta acusación de desobediencia para salvaguardar la fe y el sacerdocio
católicos.
2. En la carta que nos dirigió antes de las consagraciones,
escribía: “Os conjuro a que permanezcáis unidos a la Sede de Pedro, a
la Iglesia romana, Madre y Maestra de todas las Iglesias, en la fe católica
íntegra, expresada en los Símbolos de la fe, en el catecismo del Concilio de
Trento, conforme a lo que os ha sido enseñado en vuestro seminario. Permaneced
fieles en la transmisión de esta fe para que venga a nosotros el Reino de
Nuestro Señor.”Esta frase expresa la razón profunda del acto que habría de
realizar: “para que venga a nosotros el Reino de Nuestro Señor”,
adveniat regnum tuum!
3. Siguiendo a Mons. Lefebvre, afirmamos que la causa de los graves
errores que están demoliendo la Iglesia no reside en una mala interpretación de
los textos conciliares —una “hermenéutica de la ruptura” que se
opondría a una“hermenéutica de la reforma en la continuidad”—, sino
en los textos mismos, a causa de la inaudita línea escogida por el concilio
Vaticano II. Esta línea se manifiesta en sus documentos y en su espíritu:
frente al “humanismo laico y profano”, frente a la “religión
(pues se trata de una religión) del hombre que se hace Dios”, la
Iglesia, única poseedora de la Revelación “del Dios que se hizo hombre” quiso
manifestar su “nuevo humanismo” diciendo al mundo moderno: “nosotros
también, más que nadie, tenemos el culto del hombre” (Pablo VI,
Discurso de clausura, 7 de diciembre de 1965). Mas esta coexistencia del culto
de Dios y del culto del hombre se opone radicalmente a la fe católica, que nos
enseña a dar el culto supremo y el primado exclusivo al solo Dios verdadero y a
su único Hijo, Jesucristo, en quien“habita corporalmente la plenitud de la
divinidad” (Col. 2, 9).
4. Nos vemos obligados a comprobar que este Concilio atípico, que
solo quiso ser pastoral y no dogmático, ha inaugurado un nuevo tipo de
magisterio, desconocido hasta entonces en la Iglesia, sin raíces en la
Tradición; un magisterio empeñado en conciliar la doctrina católica con las ideas
liberales; un magisterio imbuido de los principios modernistas del
subjetivismo, del inmanentismo y en perpetua evolución según el falso concepto
de tradición viva, viciando la naturaleza, el contenido, la función y el
ejercicio del magisterio eclesiástico.
5. A partir de ahí, el reino de Cristo deja de ser el empeño de las
autoridades eclesiásticas, aunque estas palabras de Jesucristo: “todo
poder me ha sido dado sobre la tierra y en el cielo” (Mt. 28, 18)
siguen siendo una verdad y una realidad absolutas. Negarlas en los hechos
significa dejar de reconocer en la práctica la divinidad de Nuestro Señor. Así,
a causa del Concilio, la realeza de Cristo sobre las sociedades humanas es
simplemente ignorada, o combatida, y la Iglesia es arrastrada por este espíritu
liberal que se manifiesta especialmente en la libertad religiosa, el
ecumenismo, la colegialidad y la nueva misa.
6. La libertad religiosa expuesta por Dignitatis humanae, y
su aplicación práctica desde hace cincuenta años, conducen lógicamente a pedir
al Dios hecho hombre que renuncie a reinar sobre el hombre que se hace Dios, lo
que equivale a disolver a Cristo. En lugar de una conducta inspirada por una fe
sólida en el poder real de Nuestro Señor Jesucristo, vemos a la Iglesia
vergonzosamente guiada por la prudencia humana, y dudando tanto de ella misma
que ya no pide a los Estados sino lo que las logias masónicas han querido
concederle: el derecho común, en el mismo rango y entre las otras religiones
que ya no osa llamar falsas.
7. En nombre de un ecumenismo omnipresente (Unitatis
redintegratio) y de un vano diálogo interreligioso (Nostra
Aetate), la verdad sobre la única Iglesia es silenciada; de igual
modo, una gran parte de los pastores y de los fieles, no viendo más en Nuestro
Señor y en la Iglesia católica la única vía de salvación, han renunciado a
convertir a los adeptos de las falsas religiones, dejándolos en la ignorancia
de la única Verdad. Este ecumenismo ha dado muerte, literalmente, al espíritu
misionero con la búsqueda de una falsa unidad, reduciendo muy a menudo la
misión de la Iglesia a la transmisión de un mensaje de paz puramente terreno y
a un papel humanitario de alivio de la miseria en el mundo, poniéndose así a la
zaga de las organizaciones internacionales.
8. El debilitamiento de la fe en la divinidad de Nuestro Señor
favorece una disolución de la unidad de la autoridad en la Iglesia,
introduciendo un espíritu colegial, igualitario y democrático (cf. Lumen
Gentium). Cristo ya no es la cabeza de la cual todo proviene, en
particular el ejercicio de la autoridad. El Romano Pontífice, que ya no ejerce
de hecho la plenitud de su autoridad, así como los obispos, que —contrariamente
a las enseñanzas del Vaticano I— creen poder compartir colegialmente de manera
habitual la plenitud del poder supremo, se colocan en lo sucesivo, con los
sacerdotes, a la escucha y en pos del “pueblo de Dios”, nuevo
soberano. Es la destrucción de la autoridad y en consecuencia la ruina de las
instituciones cristianas: familias, seminarios, institutos religiosos.
9. La nueva misa, promulgada en 1969, debilita la afirmación del
reino de Cristo por la Cruz (“regnavit a ligno Deus”).En efecto, su
rito mismo atenúa y obscurece la naturaleza sacrificial y propiciatoria del
sacrificio eucarístico. Subyace en este nuevo rito la nueva y falsa teología
del misterio pascual. Ambos destruyen la espiritualidad católica fundada sobre
el sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario. Esta misa está penetrada de un
espíritu ecuménico y protestante, democrático y humanista que ignora el
sacrificio de la Cruz. Ilustra también la nueva concepción del “sacerdocio
común de los bautizados” en detrimento del sacerdocio sacramental del
presbítero.
10. Cincuenta años después del concilio, las causas permanecen y
siguen produciendo los mismos efectos, de suerte que hoy aquellas
consagraciones episcopales conservan toda su razón de ser. El amor por la
Iglesia guió a Mons. Lefebvre y guía a sus hijos. El mismo deseo de “transmitir
el sacerdocio católico en toda su pureza doctrinal y su caridad misionera” (Mons.
Lefebvre, Itinerario espiritual) anima a la Fraternidad San
Pío X en el servicio de la Iglesia, cuando pide con instancia a las autoridades
romanas que reasuman el tesoro de la Tradición doctrinal, moral y litúrgica.
11. Este amor por la Iglesia explica la regla que Mons. Lefebvre
siempre observó: seguir a la Providencia en todo momento, sin jamás pretender
anticiparla. Entendemos que así lo hacemos, sea que Roma regrese de modo rápido
a la Tradición y a la fe de siempre —lo que restablecerá el orden en la
Iglesia—, sea que se nos reconozca explícitamente el derecho de profesar de
manera íntegra la fe y de rechazar los errores que le son contrarios, con el
derecho y el deber de oponernos públicamente a los errores y a sus fautores,
sean quienes fueren – lo que permitirá un comienzo de restablecimiento del
orden. A la espera, y frente a esta crisis que continúa sus estragos en la
Iglesia, perseveramos en la defensa de la Tradición católica y nuestra
esperanza permanece íntegra, pues sabemos con fe cierta que “las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 18).
12. Entendemos, así, seguir la exhortación de nuestro querido y
venerado padre en el episcopado: “Queridos amigos, sed mi consuelo en
Cristo, permaneced fuertes en la fe, fieles al verdadero sacrificio de la misa,
al verdadero y santo sacerdocio de Nuestro Señor, para el triunfo y la gloria
de Jesús en el cielo y en la tierra” (Carta a los obispos). Que la
Santísima Trinidad, por intercesión del Inmaculado Corazón de María, nos
conceda la gracia de la fidelidad al episcopado que hemos recibido y que
queremos ejercer para honra de Dios, el triunfo de la Iglesia y la salvación de
la almas.
†
Mons. Bernard Fellay
†
Mons. Bernard Tissier de Mallerais
†
Mons. Alfonso de Galarreta
Ecône, 27 de junio de 2013, en la fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro